DICHO POR... Miguel de la Quadra-Salcedo






"La reserva espiritual de Occidente queda en Iberoamérica. Es ahí donde se conservan nuestras costumbres. Los inmigrantes que vienen de allí nos están enseñando cómo éramos".

M.de la Q.-S. (1932). Periodista y aventurero español.

HISTORIA.- La leyenda de las Amazonas


No había mejor nombre para estas aguas y estas selvas que el de Orellana, quien primero las descubrió y exploró en una de las aventuras más épicas que recuerda la memoria, pero -caprichos del destino-, fue la leyenda de las Amazonas, que fray Gaspar de Baltasar, el propio cronista de Orellana, tanto contribuyó a difundir, la que terminaría por calar en la Historia.

(Del blog "Crónicas de un nómada", de Francisco López-Seivane. Foto: José Luis)

Las Amazonas eran, según el dominico español, un pueblo de hembras bravías de largos cabellos, altas, blancas y membrudas. Vivían en ciudades de piedra de las que jamás se encontró rastro alguno y se las conocía como cuñantesecuima (las que no tienen marido). Dominaban no menos de setenta aldeas indígenas que les eran tributarias y a las que defendían de sus enemigos. Cada amazona luchaba por diez indios. Una vez al año, reunían una gran tropa y atacaban un poblado vecino. Secuestraban a sus hombres y los retenían hasta quedar todas preñadas. Después, los dejaban en libertad.

Al nacer, mataban a los varones y cuidaban con gran esmero de las hembras, a las que enseñaban más tarde el arte de la guerra. Su jefa suprema se llamaba Cororí y poseía grandes riquezas de oro y plata (?). La partida de Orellana topó con ellas al frente de un grupo de guerreros indígenas que defendían un territorio y, tras matar a algunas de ellas, hubieron de levar anclas precipitadamente para evitar males mayores. Ningún otro hombre blanco las ha visto jamás, ni se ha encontrado de ellas otro rastro que la leyenda de su existencia, muy extendida de antiguo por toda la América amazónica.

Cuando Orellana inició en 1541, junto a Gonzalo Pizarro, el descenso del alto Coca, el peor camino posible para llegar al Gran Río, poco podía imaginar que estaba a punto de adentrarse en la mayor, más intrincada e inhóspita cuenca fluvial del mundo. De los cinco mil hombres que iniciaron el viaje en Quito, solo cincuenta llegarían en condiciones deplorables a Belén, dieciséis meses después. Del Coca al Napa y de éste al Solimoes, la expedición española que buscaba la tierra de la canela, abrigaba también, seguramente, otros anhelos secretos: la búsqueda de El Dorado -según las historias indígenas, el cacique de una remota tribu, asentada a orillas de un lago de aguas doradas, en las que se sumergía cada día para renovar su única vestimenta: una fina capa de polvo de oro que cubría todo su cuerpo-, y el tesoro de Rumiñahui, el general que reunió por todo el imperio incaico el oro exigido por Pizarro por el rescate de Atahualpa.

Cuando supo que éste ya había sido ajusticiado en Cajamarca, incendió la ciudad ante la llegada de los españoles de Benalcázar y escondió el oro y las piedras preciosas en algún lugar a oriente de los Andes, posiblemente en los montes Llaganati, su tierra de origen. Sometido a suplicio, jamás reveló el lugar donde había ocultado el fabuloso tesoro, aún por descubrir.

¿Quién dijo que el Amazonas era una tierra sin historia?

Mi (primer) viaje a Chile

A finales de febrero de 2009 tuve la suerte de visitar Chile por primera vez.

Llegué en pleno verano austral, tras dejar en Madrid uno de los inviernos más crudos de los últimos veinte años, y no tardé mucho en comprobar en primera persona la influencia de España en ese estado sudamericano desde el siglo XVI. Unos 10.700 kilómetros separan a ambos países.
 
Nunca olvidaré el calor que experimenté al bajar del avión en Santiago. Esa impresión es difícilmente narrable. Hay que vivirla para sentirla. No basta con que otro te la cuente.

Igual me ocurrió al probar el pisco sour (la bebida nacional), degustar un barros luco (bocadillo a base de carne a la plancha con queso caliente), el pastel de choclo (maíz) o locos con mayo (marisco del Pacífico con mahonesa).
 
Emocionante también fue visitar el despacho reconstruido de Salvador Allende en el Palacio de la Moneda; las casas de Pablo Neruda (Isla Negra en la costa; La Chascona en Santiago o La Sebastiana en Valparaíso) o uno de los ascensores de 'Valpo' (Valparaíso para los chilenos). Por poner solo unos ejemplos de lo que cualquier turista no debe perderse en ese país, cuyo nombre en lengua aymara significa "Final del mundo"...
 
Recuerdo hoy con agrado mi visita a uno de los 'cafés con piernas' del centro de Santiago, donde simpáticas señoritas, ligeritas de ropa, sirven amablemente esa bebida al visitante, así como la subida en teleférico al Cerro de San Cristóbal o los paseos por La Alameda o por los barrios de Bellavista o Bellas Artes.
La presencia de carabineros ('pacos' para los locales) en la calle de cualquier ciudad hace que los foráneos se sientan seguros allí, tanto como si estuvieran en su propia casa.
 
Azul y bravío

De la costa de la Región V, la que visité, me quedé con las imágenes de un bravío Pacífico, de color azul intenso, rompiendo con rabia contra las rocas, y las que ofrecía la noche, con un cielo limpio, claro y muy estrellado.

Pude comprobar igualmente el fenómeno astrológico de 'Las Tres Marías'. Como su nombre indica, se trata de tres estrellas brillantes que están ordenadas en línea y que no se pueden contemplar desde el hemisferio norte.
 
Mi visita a Viña del Mar fue más breve, aunque tuve tiempo de ver su famoso reloj de flores y su paseo marítimo. Esos días la ciudad estaba revolucionada con la celebración de la cincuenta edición de su Festival de la Canción, evento cultural que pone fin al verano chileno.

Asimismo, recomiendo visitar Quilpué y El Totoral, dos municipios del interior y muy próximos a Viña y a 'Valpo', donde también se detecta la esencia de un pueblo que se desvive por atender al visitante.... Bien por eso.
 
El regreso

Y como todo lo bueno es breve, el tiempo se fue volando. Llegó la hora de la partida y yo regresé a mi país también por el aire.

Por supuesto con ganas y deseos de volver lo antes posible, lo que hice más veces en los años siguientes.
Ahora, cuando miro para atrás, recuerdo también que la Cordillera de los Andes me dio la bienvenida un lunes y me despidió otro lunes, el siguiente, con su mejor cara, gracias a los rayos de un Sol radiante.

Nada más llegar a mi despacho de Madrid y a mi invierno en aquella ocasión, hice mías las palabras que Ismael Serrano canta en ‘Vine del norte’: “…y en Santiago tantas cosas, hoy me muero por volver”.
 
 
 
 
 
 
 
 

Mi opinión: 'Juntos en el 11-M'


Hay fechas señaladas en la historia de los pueblos que no pueden ni deben ser olvidadas. Al cambiar la hoja del almanaque y ver aparecer el mes de marzo, nuestra vista se dirige, sin querer, hacia el día 11, e inevitablemente se nos vuelven a presentar ante nosotros, como fantasmas dormidos de la memoria, imágenes y recuerdos que ojalá no hubiéramos vivido nunca.

Hace cinco años -Cómo pasa el tiempo...- Madrid sufrió una de las mayores conmociones colectivas que puede darse en una ciudad. La historia no hace falta recordarla porque está muy presente en cada uno de nosotros. Ahora, al llegar otra vez al 11 de marzo, reviviremos qué hacíamos o dónde estábamos ese día de 2004 a tal o cual hora... y seguro que el recuerdo será impactante e inolvidable para todos.


Me quedo con la frase que he oído en muchas ocasiones al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, en el sentido de que tenemos la obligación de vivir por ellos, por las víctimas, la vida que los terroristas les arrebataron esa mañana en los cuatro trenes de Cercanías. La policía y la Justicia hicieron su trabajo, y me gustaría tener la certeza de que todos los damnificados recibieron la ayuda anunciada, tanto económica como psicológica.

Tras las celebraciones y reivindicaciones del 8 de Marzo, Día de la Mujer, llega el recuerdo por los 191 muertos y 1.858 heridos del 11-M. Ese día seguro que habrá flores y llantos en ciento cuarenta y dos sepulturas de España, dieciséis de Rumanía, seis de Ecuador, cuatro de Polonia, cuatro de Bulgaria, tres de Perú, dos de República Dominicana, dos de Colombia, dos de Marruecos, dos de Ucrania, dos de Honduras y una de Senegal, Cuba, Chile, Brasil, Francia y Filipinas.

El escritor y periodista norteamericano Mark Twain dijo que cuando era niño podía recordarlo todo; hubiese sucedido o no... Ojalá no hubiera existido nunca ese día, y del 10 hubiéramos pasado al 12. Pero el 11 también existe, y cada 11 de marzo debemos estar unidos, como dijo en su día el ensayista Juan Donoso Cortés, "no para estar juntos, sino para hacer algo juntos".