
Llegué en pleno verano austral, tras dejar en Madrid uno de los inviernos más crudos de los últimos veinte años, y no tardé mucho en comprobar en primera persona la influencia de España en ese estado sudamericano desde el siglo XVI. Unos 10.700 kilómetros separan a ambos países.

Igual me ocurrió al probar el pisco sour (la bebida nacional), degustar un barros luco (bocadillo a base de carne a la plancha con queso caliente), el pastel de choclo (maíz) o locos con mayo (marisco del Pacífico con mahonesa).

La presencia de carabineros ('pacos' para los locales) en la calle de cualquier ciudad hace que los foráneos se sientan seguros allí, tanto como si estuvieran en su propia casa.
De la costa de la Región V, la que visité, me quedé con las imágenes de un bravío Pacífico, de color azul intenso, rompiendo con rabia contra las rocas, y las que ofrecía la noche, con un cielo limpio, claro y muy estrellado.
Pude comprobar igualmente el fenómeno astrológico de 'Las Tres Marías'. Como su nombre indica, se trata de tres estrellas brillantes que están ordenadas en línea y que no se pueden contemplar desde el hemisferio norte.
Asimismo, recomiendo visitar Quilpué y El Totoral, dos municipios del interior y muy próximos a Viña y a 'Valpo', donde también se detecta la esencia de un pueblo que se desvive por atender al visitante.... Bien por eso.
Y como todo lo bueno es breve, el tiempo se fue volando. Llegó la hora de la partida y yo regresé a mi país también por el aire.
Por supuesto con ganas y deseos de volver lo antes posible, lo que hice más veces en los años siguientes.

Nada más llegar a mi despacho de Madrid y a mi invierno en aquella ocasión, hice mías las palabras que Ismael Serrano canta en ‘Vine del norte’: “…y en Santiago tantas cosas, hoy me muero por volver”.